lunes, 30 de junio de 2008

Donde habite el olvido

En el corazón de la Alcarria, donde la herida de la despoblación no cesa de manar sangre, la inminente muerte no es un mal que desconozcan los pocos lugareños que aún se atreven a permanecer firmes bajo los rigores del duro invierno. Y es que hace más de seiscientos años que el silencio mortal de la peste calló la boca de dos despoblados de los que hoy, a duras penas, se distinguen vestigios esparcidos por el suelo del término municipal de Berninches.

El primero de ellos, La Golosa, queda justo en el margen izquierdo de la carretera que une Guadalajara con Sacedón, pocos kilómetros antes de llegar a la localidad de Alhóndiga. Curiosamente, y tal vez por hacer más inexpugnables sus pocas ruinas, no se puede acceder desde este lugar. El único modo de llegar es tomando el pequeño carril que conduce a Berninches, desviándose unos metros antes del pueblo a la derecha, y esquivando los infinitos campos de cereal durante varios minutos (que parecen horas). La aventura merece la pena. Merece la pena al menos para los que, como yo, gustamos de llorar física o metafísicamente junto a las ruinas.

Restos del acceso al presbiterio de la iglesia de Sta. María,
despoblado de La Golosa, Berninches (Guadalajara)


Haciendo un poco de historia, en las propias Relaciones topográficas de Felipe II, disponibles on-line en varios sitios web, se nos menciona la siguiente información:

Que el sitio en donde estaba el pueblo de la golosa quando se despobló, está en alto llano, que le combate el solano; quando se despobló se anexó á esta Villa con licencia del maestre de Calatrava que era suyo, y se despobló por peste, que no quedaron si quatro vecinos. Despoblóse el año de mil y trezientos y noventa y un años, como paresce por las escripturas de la anexacion á que se refirieron, que están en el archivo del concejo de esta dicha Villa.

Poco más se podría contar de ese pobre amasijo de ruinas si no fuera porque la descarnada iglesia románica de Santa María, reutilizada durante siglos como ermita, aún muestra al atrevido visitante sus fantasmagóricos muros. Desgraciadamente la pequeña iglesia ha sido víctima de un brutal expolio en las últimas décadas, habiendo desaparecido la espadaña, el ábside y prácticamente la totalidad de su portada. Según cuentan los vecinos, todo ese material sirvió a modo de cantera para la contrucción de edificaciones en los pueblos cercanos. Debido a ello, hoy podemos admirar a duras penas los descarnados muros, parte de las arquivoltas del acceso y, en el interior, los arranques de los fustes del arco que daba acceso al presbiterio (más tarde tapiado).

Ermita de Ntra. Sra. del Collado, antigua iglesia del despoblado de El Collado,
Berninches (Guadalajara)

El segundo de los despoblados, de nombre El Collado, se sitúa uno o dos kilómetros más allá de La Golosa, en este caso a la derecha de la misma carretera antes mencionada. Ciertamente ha tenido algo más de suerte, pues su iglesia, también reconvertida en la ermita de Ntra. Sra. del Collado, aún es punto de encuentro para los participantes en una romería anual. De la primitiva fábrica románica, muy modificada, podemos distinguir aún el hemiciclo absidial, dos mínimos accesos apuntados, otro par de troneras con una tosca chambrana y una buena colección de anicónicos canecillos.

Ermita de Ntra. Sra. del Collado, antigua iglesia del despoblado de El Collado,
Berninches (Guadalajara)

Existen otros casos conocidos en la zona, como es el de Valdelloso, entre Córcoles y Casasana, pero la destrucción de su antiguo templo ya se ha completado, por lo que no podría más que brindaros fotos de sus cimientos. Pese a ello, hoy prefiero mantener la dignidad de una antigua aldea que, como La Golosa, El Collado y otros cientos de ellas, fueron construidas con sudor y sangre para ser apuñaladas siglos después por la espalda. Nada mejor que dejar el cierre en boca de la inigualable y malograda cantautora Cecilia:

Restos de la iglesia de Sta. María, despoblado de La Golosa, Berninches (Guadalajara)

Esta tierra la hicieron a golpes de martillo
y abrieron sus entrañas con pala y pico;
para arrancarle el trigo nuevo en otoño,
para beber su vino viejo a sorbos.
Y yo, que no tengo patria ni bandera,
me moriré de pena si muere esta tierra.


4 comentarios:

Paco Torralba dijo...

Si hay otro camino para acceder, Arturo. Dejando el coche en la ermita del Collado, subiendo la cuesta por la carretera y pasando por debajo de ella por un tubo que la atraviesa por debajo transversalemnte para evitar la valla que sigue la carretera. Es lo que yo hice, aunque no esta exento de ciertas emociones. El sitio ya lo comentas tu: soledad ante todo.
Salu2

ArtuROM dijo...

¡Vaya! Yo fui más tonto, porque al ver toda esa valla pensé que a nadie se le habría ocurrido agujerear subterráneamente el terreno, je, je. Bueno, en cualquier caso, la vuelta tonta valió la pena aunque solo fuera para volver por Berninches, pueblo vecino al de mi padre y mío por acogida y crianza.

Cuando vuelva prometo jugarme la vida siguiendo la ruta que me has comentado, pues por el otro acceso quien se juega su existencia es el coche, y sobre todo si ha llovido.

Saludos.

Lima dijo...

El Collado debia ser un lugar bucólico antes de hacer esa horrible carretera a dos pasos

ArtuROM dijo...

Bienvenido, amigo Lima.

La verdad es que sí. ¡¿A qué precio se compra esa supuesta modernidad?! No hay nada como llegar a un antiguo lugar, hoy abandonado, tras atravesar varios kilómetros por una pista forestal perdida en medio de la nada. Doloroso para el coche y nuestros pies, pero un verdadero deleite para los sentidos.

He estado echando un ojo a tus blogs, y veo que tratas algunos temas que a mí también me interesan y me resultan preocupantes: la despoblación, las atentados contra el patrimonio, etc. Ánimo y si necesitas algo que te pueda ofrecer, cuenta conmigo.

¡Un saludo!