sábado, 26 de julio de 2008

Agonía eterna bajo el caudal del olvido

Antes de continuar con su atrevida curiosidad, quiero advertir al comprensivo lector que, tal vez por el bochorno veraniego o tal vez por tratarse de un momento inadecuado, el que aquí escribe no se encuentra especialmente inspirado, y su dañada creatividad se halla bajo mínimos (como los embalses de la Alcarria). Pese a ello, ¡horror!, no quiero dejar pasar la oportunidad de dar un poco de vidilla al blog con esta nueva entrada.

He de decir que el tema que voy a tratar a continuación no es casual. Como muchos sabréis, de aquí a una semana se celebrará en Aguilar de Campoo el IX Curso de Iniciación al Románico que imparte la Fundación Santa María la Real, y al que asistiré un poco a la aventura, como un verdadero extraño... ¿Alguno de mis apreciados lectores irá también?

Claustro del Monasterio de Sta. María la Real, Aguilar de Campóo (Palencia)

Ahora bien, aprovechando la mencionada localización geográfica de dicho evento, voy a plasmar en estas pocas líneas una de las desgracias más repetidas en el enfermizo afán por lograr ¿un mundo moderno? Junto a Aguilar se encuentra el embalse de ídem, que acalló bajo sus aguas la vida de cuatro pequeños pueblecitos: Frontada, Quintanilla de la Berzosa, Cenera de Zalima y Villanueva del Río Pisuerga. Como veremos, sus cuatro respectivas iglesias románicas corrieron distintas suertes...

De Cenera de Zalima apenas podemos ver, en épocas de estiaje, las lacrimosas ruinas de su templo emergiendo de las aguas. Sabemos que antes de la construcción del embalse, en 1963, se conservaba aún de la primitiva fábrica la espadaña y un no desdeñable conjunto de canecillos de proa de nave. Hoy en día, y totalmente fuera de su contexto original, podemos aún contemplar la original portada, muy relacionada con el grupo escultórico de Sta. María de Mave y S. Andrés de Aguilar. Para aquellos curiosos que tengan interés, se halla empotrada en el interior del castillo de Monzón de Campos.

Algo más afortunadas fueron las parroquiales de Frontada y Quintanilla de la Berzosa. A la primera de ellas se accede por una pista forestal en un aceptable estado. Tras varios kilómetros, y cuando parece que nuestro destino es el fondo del pantano, aparece a pocos metros de la orilla la antigua iglesia de S. Andrés de Frontada, levantada en 1143. Tras un reciente lavado de cara, muestra al visitante su sencilla portada, su cabecera cuadrada con un vano flanqueado por capiteles de entrelazos y, finalmente, su interesante colección de toscos canecillos con representaciones geométricas, monstruosas, zoomorfas y eróticas. A pocos metros se hallaba lo que Miguel Ángel García Guinea denominó el "Granero románico de Frontada" (para más información, GARCÍA GUINEA, M.A., El Arte Románico en Palencia, Palencia, Ed. Diputación Provincial de Palencia, 1997, pp. 112-114).

Vano del ábside de la iglesia de S. Andrés, Frontada (Palencia)

Por su parte, la iglesia de S. Martín de Quintanilla de la Berzosa, alejada unos centenares de metros del pueblo sumergido, se alza en lo alto de una loma. Allí, entre pastos y vacas, podemos contemplar la estampa de una parroquia que a simple vista parece indudablemente gótica. Sin embargo, cuenta con una serie de "aderezos" que no son sino la demostración de la pervivencia de elementos románicos bien entrado el S. XIII: por ejemplo, canecillos, impostas y capiteles historiados.

Iglesia de S. Martín, Quintanilla de la Berzosa (Palencia)

Un caso totalmente distinto fue el de Villanueva del Río Pisuerga. Unos metros más allá del puente medieval que quedó condenado al naufragio en 1963 se encontraba la magnífica iglesia del municipio. El bello templo románico, ante lo que podría haber sido su inminente desaparición bajo las aguas del pantano, fue trasladado a la capital palentina para ser la "atracción" del parque conocido como la Huerta de Guadián. Hoy en día no podemos negar que, pese a haber quedado ciertamente engullido por el paisaje urbano, tanto su interior como su exterior siguen guardando unas magníficas proporciones, y sus motivos ornamentales, tal vez por su perfecta sencillez, mantienen vivo su majestuoso medievalismo.

Detalle de la arquería ciega del muro norte, antigua iglesia de S. Juan Bautista,
Villanueva del Río Pisuerga (Palencia), trasladada al parque de la Huerta de Guadián (Palencia)

Casos y más casos. En futuras entregas, no dejaré de dar testimonio de otras pequeñas aldeas que, ahogadas cual Valverde de Lucerna unamuniano, guardan aún el tañido de sus románicas campanas bajo las profundas y azuladas aguas.

viernes, 11 de julio de 2008

Románico lombardo en Castilla

En el siglo X llegan a la Península Ibérica los primeros ejemplos de lo que a la postre se ha dado en llamar "Primer románico" o "Románico lombardo". Como el propio término ya nos indica, esos templos de nueva planta van a reproducir las formas que, paralelamente, se estaban ensayando en el norte de la actual Italia, zona que comprendía los antiguos territorios ocupados por el pueblo longobardo.

Así pues, y a partir del modelo paradigmático de San Pietro de Agliate, erigida en torno al año 875, se dispara la construcción de iglesias cristianas en la Lombardía italiana, extendiéndose hacia el sur del reino de los francos y a la Marca Hispánica, lugar en donde el fenómeno alcanzará su punto álgido. De hecho, el conjunto de las iglesias de este incipiente románico situadas en el Valle del Boi son, desde el año 2000, Patrimonio de la Humanidad.

Pero, como el título de la entrada parece presagiar, mi intención no es hablar de la norma; esto, es, de esos magníficos ejemplos del hoy llamado románico catalán y aragonés. Al contrario, voy a hablar de las excepciones. Y es que en medio de la nada, en plena llanura de la Castilla más seca, podemos encontrar ejemplos que beben directamente de ese románico lombardo oriundo del noreste peninsular.

Ábside de la ermita de S. Pelayo, Perazancas de Ojeda (Palencia)

A bote pronto nos puede venir a la memoria el que quizá es reconocido como paradigma del lombardismo castellano: el templo de Ntra. Sra. de la Anunciada de Urueña, en Valladolid, datada en los años finales del s. XI o en los primeros del XII. En ella se aprecian algunas de las aportaciones que fácilmente relacionamos con ese primer románico. En primer lugar, la profusión de arquerías ciegas y lesenas en los paramentos externos del templo como elementos claramente ornamentales. Por otro lado, el empleo como material constructivo del sillarejo.

De construcción casi paralela es la ermita palentina de S. Pelayo, en el término municipal de Perazancas de Ojeda. Una inscripción parece datarla en torno al año 1076, lo que probablemente la convertiría en el más antiguo de los dispersos ejemplos del románico lombardo en tierras de Castilla. Como todos los casos que trataré a partir de ahora, el interés principal reside en el ábside del conjunto, en el que se puede apreciar, bajo la línea de ajedrezado y la de estrías, una cornisa de arcaicos arquillos ciegos y adovelados y, dividiendo la cabecera en cinco paños, una serie de columnas.

Ábside de la iglesia de la Asunción de Ntra. Sra., Pinillos de Esgueva, (Burgos)

Ábside de la ermita de la Virgen de S. Salvador, Santibáñez de Esgueva, (Burgos)

Existen otros ejemplos de claro gusto lombardo, aunque ya ciertamente anacrónicos por la cronología a la que se adscriben (s. XII, en algunos casos bien avanzado). A continuación traeré a colación dos parejas de ejemplos. La primera de ellas la hallamos en Burgos, y más concretamente en dos poblaciones vecinas: Santibáñez de Esgueva (ermita de la Virgen de S. Salvador) y Pinillos de Esgueva (iglesia de la Asunción). Ambas parecen proceder de las mismas manos, pues comparten el esquema de arquillos ciegos alternativamente sobre ménsulas o columnas con capiteles predominantemente vegetales (las excepciones son la nereida de cola bífida de Santibáñez y el capitel de cestería de Pinillos).

Ábside de la iglesia de de S. Miguel, Caltojar (Soria)

Ábside de la iglesia de de S. Miguel, Bordecorex (Soria)

La otra pareja de la que hablaba es la que establecen las también vecinas Bordecorex y Caltojar, ambas en la pronvicia de Soria y fechables con toda probabilidad en el primer tercio del s. XIII. Al igual que sucede en el anterior binomio, en este caso existen similitudes suficientes como para adscribirlas a una misma autoría. Los baquetones que separan el ábside en distintos paños son ahora más gruesos, e incluso triples en el caso de Caltojar. Por su parte, aumenta el ritmo de los medios puntos de la arquería ciega, haciéndose más acusado su relieve claroscurista. Como colofón, dicha arquería apoya directamente un repetitivo conjunto de ménsulas de modillones (con doble cornisa en Caltojar).

¿Se os ocurre algún caso más para añadir a la lista? ¡Dejo la línea abierta!

viernes, 4 de julio de 2008

El sueño de Cristina

Si existe un conjunto de arquitectura popular castellana que brille por su homogeneidad y belleza singular, ese es sin duda el caso de Covarrubias. Esta villa burgalesa cuenta además con la declaración de Conjunto Histórico Nacional desde 1965. A continuación pretendo regalaros algunas imágenes de los escasos vestigios que aún se pueden apreciar de su original iglesia románica, hoy reconvertida en gótica colegiata. Pese a ello, tomaré como referencia para este breve artículo una triste historia cuyo eco aún resuena en los vetustos muros del templo...

Sepulcro de Cristina de Noruega, claustro de la colegiata de S. Cosme y Damián,
Covarrubias (Burgos)

Allí, en medio de la brillante tierra del Cid, a orillas de jacobea la Ruta de la Lana y a la sombra del pétreo claustro de la colegiata de S. Cosme y Damián, dormitan eternamente los restos de una joven princesa noruega; nada más y nada menos que la esposa de Felipe de Castilla, hermano del rey Alfonso X. Fue casada como buena princesa de la época; de acuerdo con los deseos de su padre Haakon IV y de su cuñado, el sabio monarca. El fin: acercar las gélidas tierras noruegas a la resplandeciente Europa que, por su parte, aguardaba con sus brazos abiertos.

Vano interior de la colegiata de S. Cosme y Damián, Covarrubias (Burgos)

Así, como amapola entre la nieve, la joven de 23 años abandonó su mundo a bordo de una nave vikinga cargada de riquezas y nobilísimas personas. Se iba para no volver; para entrar a formar parte de una realidad totalmente diferente y que, a la postre, cavaría su propia tumba. Allí le aguardaba el infante (o quizá en un principio el mismísimo Alfonso X). Finalmente, ambos contrajeron matrimonio en Valladolid en 1258, pero, terrible error, decidieron instalarse definitivamente en Sevilla.

Pila bautismal de la colegiata de S. Cosme y Damián, Covarrubias (Burgos)

Allí el sueño de Cristina se fue marchitando. ¿Fue quizá el amor imposible que mutuamente sentían ella y Alfonso? ¿Fue quizá el sol sevillano que, impío, amarilleó su piel igual que amarillea los frágiles mantos verdes de la taiga noruega? Algunos dicen, y quizá no les falte razón, que fue la princesa que murió de pena, apenas cuatro años después de alcanzar puerto castellano. Desde entonces (1262) y por deseo expreso de su esposo, que años antes había sido abad de la colegiata, sus restos reposan en el flamante sepulcro románico que, bajo las banderas entrelazadas de España y Noruega, se exhibe en el claustro de S. Cosme y Damián.

Restos conservados en el claustro de la colegiata de S. Cosme y Damián,
Covarrubias (Burgos)


Eso sí, Felipe nunca pudo llegar a cumplir su promesa de erigir una gran capilla en la localidad burgalesa que sirviera a modo de panteón para su amada. Hoy, pasados ocho siglos, parece que esa antiquísima promesa puede llegar a convertirse en realidad con la construcción de lo que será la iglesia de S. Olav, patrono de Noruega. ¿Quizá así la triste princesa de rubia melena y zarcos ojos podrá descansar por fin en paz en su tan infausto exilio?