jueves, 11 de diciembre de 2008

Viaje al románico de la Alcarria

Mi ascendencia alcarreña me empuja a escribir, una vez más, sobre esa tierra que también me ha visto crecer; quizá no tanto físicamente, pues gran parte de mi vida discurrió en la Regia Sedes Toletana, pero sí como ser humano. Por ello, me dispongo a realizar un "Nuevo Viaje a la Alcarria". Eso sí, en honor a la verdad, he de admitir que nunca simpaticé con don Camilo José Cela, famoso autor del original Viaje a la Alcarria allá por los años cuarenta, pero la tentación de emplear el recurso literario para acompañar la etapa de hoy, Viana de Mondéjar-La Puerta-Cereceda, me hace olvidar al personaje y quedarme únicamente con la virtud de su prosa.

Iglesia de la Nuestra Señora de la Asunción, Viana de Mondéjar (Guadalajara)

A la sombra de las dos gemelas cumbres, acertadamente denominadas "Las Tetas de Viana", se accede al breve caserío de Viana de Mondéjar. Año tras año, desde mi primer viaje a Viana cuando era un niño, he ido asistiendo a la paulatina ruina de sus escasas viviendas. Sin embargo, y pese a tratarse de una funesta crónica, hasta en su agonía Viana desprende belleza. Decía Cela que "bajando por un barranco llega el viajero a Viana de Mondéjar, un pueblo color amarillo recostado sobre un monte romo, casi negro". Sin embargo, el escritor optó por sentarse a comer a las afueras, sin entrar. De haber hecho lo contrario, podría haber admirado los pocos restos del pasado fortificado de la pequeña aldea y, además, la curiosa parroquia, híbrido románico-barroco de agradable estampa. De su pasado medieval, lo más destacable es su sobria portada de medio punto, decorada con seis capiteles vegetales y una fina arquivolta exterior con clavos de herraje. Su interior muestra un perfecto despliegue de barroquismo en sus múltiples retablos.

Cabecera de la iglesia de S. Miguel, La Puerta (Guadalajara)

Siguiendo la carretera con dirección a Durón, mi querido pueblo, la siguiente localidad es La Puerta. El topónimo parece una alusión a las escarpadas y rocosas montañas que lo rodean, como si de una muralla natural con puertas se tratase. El frío y la socarronería popular les regalaron el mote a sus habitantes: "los de La Puerta, pantorrilludos, siete pares de medias llevan algunos", aunque, rápidamente, el alcalde de época de Cela se encargó de apostillar ante el inesperado viajero "somos pobres, usted lo puede ver, pero nadie que ha pasado por La Puerta se ha ido sin un pan". Curioso fue que, justamente sesenta años después del viaje, el nuevo alcalde me prestó amablemente las llaves de la iglesia pese a importunarle a la hora del café.

Portada oculta de la iglesia de S. Miguel, La Puerta (Guadalajara)

En la iglesia parroquial de S. Miguel podemos apreciar un buen número de canecillos y la achaparrada pero hermosa estampa de presbiterio y ábside. Sin ambargo, el interior nos depara alguna sorpresa. La primera es una pila bautismal románica, de copa sencillamente gallonada. La segunda, y poderosamente llamativa, es la portada románica de acceso, elegante pero tristemente mutilada en reformas posteriores. De los doce capiteles originales, nos quedan aún nueve, ornamentados con variados ejemplos vegetales, un erosionado rostro y un conjunto aves afrontadas. Las arquivoltas, por su parte, se adornan con unas severos dientes de sierra. En el interior, la sencillez es la nota dominante.

Interior de la iglesia de Ntra. Sra. de la Asunción, Cereceda (Guadalajara)

Y llegamos al destino del viaje. De La Puerta a Cereceda hay pocos kilómetros, aunque el amable alcalde del primero recordó a Cela lo sigiente que, "como nosotros; Cereceda es también muy pobre". Y aunque eso Cela no lo vió, la pequeña población sufrió en entrañas el fantasma de la despoblación durante más de dos décadas. Finalmente, y quizá atraídos por el boom del embalse de Entrepeñas, hoy desecado, unos nostálgicos y alguna que otra familia francesa restauraron la vida en Cereceda. Su parroquia de la Asunción, muy dañada por el abandono y el consiguiente expolio, es sin duda la más completa de las tres arquitectónica y escultóricamente hablando. Cuenta con casi un centenar de canecillos, la mayoría de suma sencillez; dos portadas con curiosos y erosionados capiteles, teniendo una de ellas el privilegio, además, de contar con el tímpano esculpido más meridional de España. El ábside, toscamente resuelto, aún muestra su pétrea prestancia ocho siglos después. Al interior, de nuevo, la sobriedad típica de un templo aislado, rural, templado, moderado. Merecen un vistazo su pila bautismal, acaso románica, y la fina línea de imposta ajedrezada que recorre los muros que han perdurado sin reforma alguna.

Iglesia de Ntra. Sra. de la Asunción, Cereceda (Guadalajara)

Nihil novum sub sole. La Alcarria, esa comarca que Cela desnudó mostrando sus miserias al mundo, sigue siendo tierra humilde; tierra de FEDER y PRODER, de serpenteantes caminos y de innúmeros contrastes. Sesenta años de lento desarrollo, entumecido por centrales nucleares y embalses que anegaron lo poco que había. Y, para colmo, trasvases. Sin embargo, esa misma Alcarria celiana de los años 40, y esa misma que permanece inmutable y recostada en sus abruptos y eternos paisajes, guarda para el amante del románico más de una grata sorpresa. No es un románico culto, si es que existe ese término, pero quizá por su "incultura" es exquisitamente único.