En la descarnada carretera que conduce desde Sigüenza hasta Atienza podemos encontrar numerosas joyitas artísticas. La villa amurallada de Palazuelos a la izquierda; la coqueta parroquia románica de Pozancos a la derecha y, sin darnos cuenta, ya vislumbramos, pasadas las salinas de Imón, la fortaleza atencina a lo lejos. Pero Matas del Ducado está ahí, en medio del camino, en medio de la nada...
Hace más de cincuenta años, la pequeña aldea de Matas se quedaba sola, agonizando. Los últimos vecinos se acababan de marchar, bajando la acusada pendiente del cerro donde se sitúa la localidad, en busca de una vida más próspera. Nunca nadie volvió. Apenas una estrambótica boda celebrada frente a la iglesia en ruinas a mediados de los años noventa fue la única noticia reseñable en la historia de Matas. Mientras, lo que antaño había sido un pueblo se iba convirtiendo, poco a poco, en escombros y polvo.
De la pequeña iglesia de origen románico, reutilizada como encerradero de ganado, se conservan los pobres muros de mampostería rematados por aleros decorados con sencillos canecillos sin ningún tipo de figuración. Su sabor medieval queda acentuado por su tosco acceso bajo doble arquivolta simple y su ábside semicircular en el que, años ha, lucían flamantes las dos tallas románicas que aún se conservan en el Museo Diocesano de Sigüenza (una imagen de la Virgen María, y otra de María Magdalena).
Interior de la iglesia del despoblado de Matas del Ducado (Guadalajara)
En mis dos visitas al despoblado, entre las que medió un año y medio, he podido corroborar la certeza de lo que se ha venido llamando tradicionalmente el "eterno retorno de la naturaleza". Aquello que construyó el hombre hace ochocientos años cede terreno, día tras día, a la fuerza natural sobre la que se asentó, y ante la que ya poco o nada puede hacer...